Sobre una colina chata
Garay trazó cuatro vientos;
por un costado La Pampa,
al otro lado un Riachuelo
y el río contra la espalda
y contra el pecho el desierto
con su horizonte de paja
y su techumbre de cielo.
Garay trazó diez manzanas
sobre un cuadrado perfecto
y el sitio de las campanas
y el lugar de su gobierno
y las casas capitanas
y los tejados modestos
y el ámbito de la plaza
para los grandes recuerdos.
Garay trazó con su espada
la forma de un pueblo nuevo.
¿Cómo era la pampa aquella
sin gauchos y sin cencerros,
sin chinas, ranchos, ni güeyas,
sin boliches ni puesteros?
¿Cómo era entonces La Pampa
sin estancias ni potreros,
sin una sola guitarra,
sin el ladrido de un perro?...
¿Sin un mazo de baraja,
sin el grito de un resero,
sin un fogón y una casa,
sin un mate y sin un cuento?...
Sólo era una pampa pampa,
con un desierto desierto
y su horizonte de paja
y su techumbre de cielo.
Qué raro que se quedaran
los españoles aquellos,
atados a las distancias
clavados a los silencios.
Tal vez porque ya eran otros
distintos de los primeros.
Tal vez porque ya eran criollos
a fuerza de sufrimientos.
Porque llegaron del norte
inaugurando senderos
madurados por los soles
y las lluvias de febrero.
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