Eres el ascua encendida en el carbón de mi alma, eres la cal que blanquea las manchas de mi fachada. Te siento en mi despertar a cada cosa que pasa; te siento esperar la vida con ganas de disfrutarla, y me contagias tu gozo, tu ilusión, y en la distancia quiero plantar desde aquí una flor en tu mañana. Quiero plantar la alegría del que está libre por dentro, la justicia del que sabe alegrar el sufrimiento; descubrir vida en lo oscuro y darle al otro su aliento, y del que, aunque un día erró, no le cabe el alma dentro. Que sepas, hijo del alma, que tu flor la llevo dentro; que sepas, luz de mi vida, que aquí la sigo meciendo. La flor del que busca y busca calentando sus adentros sin rendirse ante una vida que parece de tormento; la flor del que sabe verse dignamente descubierto, sin quedarse en estos días sombríos y de desierto. Que sepas, hijo del alma, que tu flor me está creciendo; que sepas, luz de mi vida, que aquí no me estoy pudriendo.